Desde la frondosa espesura

Retrato de dama

Divago en la niebla

En mi humilde opinión, más allá de las opiniones de artistas y filósofos, de sus manifiestos y análisis, el arte es y seguirá siendo el producto del pensamiento artístico, una capacidad inherente a la condición humana.

La forma que reviste y el medio que utiliza son variados, porque es la inevitable expresión de la consciencia, el sublime resultado de la imaginación, la innovación y la fantasía, como lo prueba la enorme diversidad de propuestas que en la actualidad observamos.

Kosuth creía que después de Hegel la filosofía había muerto. Aunque más parece que fuera su sueño convertir el arte en su sustituto. En su profunda reflexión, creyó encontrar en la idea la verdad sobre el arte. El arte era el proyecto, la idea previa a la realización, el proceso para presentarla al espectador, la investigación sobre el hecho, relegando al objeto en prescindible muleta para la acción.

Tal vez ofuscado en la búsqueda de lo sublime, B.Newman pensaba que el arte europeo estaba atado al concepto de lo absoluto y de la belleza. Liberado de mitos y leyendas, creía conseguirlo negando la belleza, a pesar de que ya Bretón advirtiera que la belleza será convulsa o no será. Si así fuera, ¿desligar la belleza del arte sería el único camino para conmover al espectador?

La belleza, lo absoluto, lo sublime, una triada para explicar qué es el arte y cómo producirlo. Sin embargo, estos tres conceptos esenciales no bastan para identificar una obra de arte de otra que no lo es.

Si Duchamp pensaba que la elección de sus objetos encontrados convertidos en arte nada tenían que ver con la estética, Bretón aseguraba que era la anulación de la censura de la conciencia, el automatismo, lo que producía la obra de arte.

Años más tarde, George Dickie, tras un riguroso estudio sobre la experiencia estética, concluyó que arte era aquello que sancionaba como tal el Mundo del Arte, algo así como un certificado institucional para la entrada en galerías y museos.

Analizando la huella ontológica, A. Danton creyó descubrir las propiedades que permitían discriminar el arte de lo que no es. Las obras de arte tenían un significado, pero además, ese significado estaba encarnado en el objeto. Es decir, las obras de arte eran significados encarnados. Sin embargo, a este significado y encarnación tuvo que añadirle un complemento que asegurara su identificación: lo onírico, una forma de ensueño con el que los artistas presentan al espectador su creación. Algo así como la voluntad del artista de la que ya habían hablado Duchamp y los epígonos conceptuales.

Para Jeff Koons, la rutilante celebridad del arte actual, el arte no sería el objeto, sino la esencia del potencial del que observa. Y el que observa es el comprador, que ve en el objeto creado por el artista un potencial moral e inversor.

Con agudeza y transparencia, Isabelle Graw otorga a la carga simbólica el valor de la obra de arte, pero reconoce al mercado como el incuestionable tribunal sancionador. La obra de arte sería aquella que avala el mundo del conocimiento y sanciona el mercado.

De este modo, seguimos sin saber si es el significado, la encarnación, la voluntad del artista, el automatismo, la sanción institucional o el oro invertido, el criterio que nos permite discriminar el arte de lo que no es.

No me opongo a la representación, ni al uso de diferentes materiales ajenos al ámbito artístico. Pero ni soy esclavo de la mimesis ni pretendo ser taumaturgo.

Tampoco exhibo el proceso, ni explico la idea que subyace al resultado.

Confío en que el espectador y el entorno completen la experiencia compartida.

De la mancha a la figura

Sin temor al fracaso

Mi método

Ajeno a una intención premeditada, a veces me dejo llevar por la espontaneidad del gesto, permitiendo el libre fluir del subconsciente.

Los colores van cubriendo el soporte de contrastes, acordes o disonantes, y los trazos crean formas materiales o abstractas generadas por la vibración interior

Otras veces perfilo figuras que se van cubriendo de colores y trazos, hasta desaparecer el icono bajo el gesto del pincel.

Lo conocido se desvanece ante la fuerza del subconsciente, dejando apenas un rastro de lo que fue.

La indeterminación se expande en múltiples signos, transformando la figura en ambigua semántica.

De la figura a la abstracción

Trazos y manchas describen nuevas formas abstractas y corpóreas, geométricas e indeterminadas, armónicas y disonantes, en una sinfonía que expresa mi necesidad interior y el compromiso con mi tiempo.

La contemplación del cuadro genera en el espectador diversos significados y sensaciones, modulados por su experiencia.

Si estás interesado, podemos estar en contacto